04 febrero, 2019

👩‍🏫👨‍🏫Reflexión para docentes. Preparen pañuelos.

  ..."Cada vez que daba inicio el año escolar, la señora Thompson, maestra del pueblecito de Saint Gabriel (Louisiana) a orillas del Mississippi, se presentaba ante sus alumnos de quinto grado para darles la bienvenida. Aprovechaba la oportunidad para hacer un pequeño discurso, en el que tenía por norma repetir que ella trataba a todos por igual, que no tenía preferencias ni, tampoco, maltrataba ni despreciaba a nadie.

    Sin embargo, lo anteriormente expuesto no iba a ser posible. Porque, enfrente de ella, en la primera fila, un niño de once años, llamado Teddy Stoddard,  se hallaba sentado displicentemente, con las piernas espatarradas, sus posaderas apoyadas sobre el vértice del asiento, su espalda y su cabeza llamativamente hundidas contra el duro respaldo de madera. Desde el curso anterior, la señora Thomson había estado observando a Teddy y había advertido que no jugaba con sus compañeros, que su ropa estaba muy descuidada y que mantener la higiene corporal no era una de las principales virtudes de su alumno.

    Con el paso del tiempo, la relación de la señora Thompson con Teddy fue, cada vez, más desagradable. Hasta tal punto, que no le temblaba el pulso, a la hora de marcar los trabajos del niño con grandes tachones rojos, en forma de X, y de colocar un muy llamativo cero, en la parte superior derecha de la página, de su cuaderno de tareas.

    En la escuela donde la señora Thompson enseñaba, cada profesor debía conocer el historial personal y académico de sus alumnos. Pero, ella había dejado el expediente de Teddy para el final, pues, a decir verdad, el comportamiento y la actitud de este niño en la clase, hacían que el trato con él fuera especialmente difícil.

    Cuando, finalmente, revisó el expediente del alumno en cuestión, la profesora se llevó una gran sorpresa: su colega del primer curso había escrito: “Teddy es un niño muy brillante, con una sonrisa sin igual. Hace su trabajo de una manera limpia y tiene muy buenos modales… es un placer tenerlo cerca”.

    La maestra de segundo, había añadido: “Teddy es un excelente estudiante, se lleva muy bien con sus compañeros, pero se nota preocupado porque su madre tiene una enfermedad incurable y el ambiente en su casa debe ser muy difícil”.

    El profesor de tercero había escrito: “Su madre ha muerto, ha sido muy duro para él. El niño trata de hacer esfuerzos, pero no recibe ningún apoyo de su padre. Me temo que el ambiente de su casa le afectará seriamente, si no se toman medidas”.

    Mientras que la profesora de cuarto había denunciado: “Teddy se encuentra atrasado con respecto a sus compañeros y no muestra mucho interés en la escuela. No tiene amigos y, en ocasiones, se duerme en clase”.

    Ahora, la señora Thompson se había dado cuenta del problema de Teddy y estaba muy avergonzada. Se sintió todavía peor cuando, con motivo de la Navidad, sus alumnos le llevaron regalos envueltos con preciosos lazos y papeles brillantes. Todos, excepto Teddy; su regalo estaba dentro de una bolsa de papel del supermercado.

    La señora Thompson fue abriendo lentamente los regalos de los niños, ante la expectación y el aplauso de todos. Llegó el momento de abrir el regalo de Teddy. A la señora Thompson le daba pánico abrir ese regalo delante de los otros niños, allí presentes. Pero, ante la curiosidad de estos últimos, no le quedó más remedio que hacerlo. Al sacarlo de la bolsa, la gran mayoría de los niños se echó a reír, al ver que el regalo estaba muy mal envuelto, en un papel de periódico arrugado. La profesora abrió el paquete y todos vieron que contenía un viejo brazalete al que le faltaban algunas piedras y un frasco de perfume, medio lleno. Ella intentó detener las burlas de los niños y exclamó: “¡Que brazalete tan bonito!”. Al ponérselo, se echó unas gotas de perfume en cada una de las muñecas.

    Acabadas las clases de ese día, Teddy esperó que todos sus compañeros salieran del aula, para decirle a la maestra:

    -¡Señora Thompson! ¡Hoy, usted, huele como solía oler mi mamá!

    Al quedarse sola, la profesora estuvo llorando un largo rato. A continuación, decidió que enseñaría a sus alumnos bastante más que lectura, escritura y aritmética. En adelante, se tomaría más en serio la educación de Teddy, al igual que la de todos esos niños, que, año tras año, estaban bajo su cuidado.

    Cuando se reincorporaron a clase, después de las vacaciones navideñas, la señora Thompson llegó con el brazalete de la mamá de Teddy y con unas gotas de perfume. La sonrisa del niño fue toda una declaración de agradecimiento.

    La atención y el afecto que dedicó a Teddy, iba dando sus frutos. A medida que trabajaba con él, la mente del niño parecía volver a la vida; mientras más lo motivaba, mejor respondía. Poco a poco, fue volviendo a ser aquel niño aplicado y trabajador de sus primeros años de escuela.

    A pesar de haber dicho que ella no tenía preferencias y que trataba a todos por igual, la señora Thompson mostraba un gran aprecio por Teddy. Un año después, encontró una nota debajo de su puerta. Era de Teddy, diciéndole que ella había sido la mejor maestra que había tenido en toda su vida.

    Pasaron años, antes de que recibiera otra nota de Teddy. En ella, le contaba que había terminado High School, siendo el tercero de su clase. Y, que ella, seguía siendo la mejor maestra que había tenido en su vida.

    Cuatro años después, la señora Thompson recibió otra carta, donde Teddy le decía que, aunque las cosas habían sido duras, pronto se graduaría de la universidad con los máximos honores. Y le aseguró que ella era aún la mejor maestra que había tenido en su vida.

    Bastantes años después, le escribió otra carta en la que le anunciaba que había acabado la carrera de medicina y que seguía siendo su maestra favorita. Ahora, su nombre era más largo: la carta estaba firmada por el doctor James F. Stoddard, M.D.

    El tiempo siguió su marcha. En una carta posterior, Teddy le decía a la señora Thompson que estaba a punto de casarse con una chica que había conocido en la universidad. Le explicó que su padre había muerto hacía dos años y se preguntaba si ella accedería a sentarse en el lugar que normalmente está reservado para la mamá del novio. Por supuesto, ella aceptó. Para el día de la boda, usó aquel viejo brazalete con varias piedras faltantes y se aseguró de comprar el mismo perfume que Teddy le había regalado en una Navidad de hacía muchos años, el cual, a Teddy, le recordaba a su mamá. Se dieron un gran abrazo y el doctor Stoddard le susurró al oído:

    —Gracias, señora Thompson, por creer en mí. Muchas gracias por hacerme sentir importante y mostrarme que yo podía superar los obstáculos y marcar la diferencia.

    La señora Thompson respiró profundamente y, con lágrimas en los ojos, le dijo:

    —Teddy, te equivocas, tú fuiste el que me enseñó que yo podía marcar la diferencia. Tú me salvaste y me diste la lección más importante de la vida. La que ningún profesor había sido capaz de darme, a lo largo de mis estudios universitarios. Me enseñaste a ser maestra.

    Nota:
  La historia original fue escrita en inglés por Elizabeth Silance Ballard, autora de Three Letters from Teddy and Other Stories. Parece no ser una historia basada en hechos reales, sino, que fue escrita como una forma de inspirar a los maestros y a los educadores, en general..."

Fuente: Un día con ilusión.
Edición de Marie Martínez.
Ilustración Jijo Limón (Marta Cadrecha )- Maestra- España

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